Cinekfrástica
Por Elidio La Torre Lagares
El árbol de la vida, de Terrence Malick, inicia
con un epígrafe, que es decir con la palabra:
¿Dónde estabas cuando yo creaba la tierra?.
¿…Cuando alababan todas las estrellas del alba,
Y se regocijaban todos los hijos de Dios?
Dios reprende a Job, quien reclama la injusticia
del dolor que sufre a pesar de su devoción.
Por unos minutos, la imagen de una luz titila
en la pantalla antes de dar paso a la memoria
de la infancia de señora O’Brien. La voz superpuesta
habla desde el presente. Hay dos caminos en la vida,
dice; el de la gracia y el de la naturaleza. La gracia
complace a todas las cosas, pero la naturaleza, encarnada
por el padre, solo se complace a sí misma.
Una cena de los O’Brien y sus dos hijos prosigue
en la armonía de las dos fuerzas, siendo la naturaleza
la forma que toma la violencia.
Desplazados del tiempo, llegamos a la noticia
de la muerte de uno de los hijos.
Luego nos asomamos a la vida adulta de Jack, hijo
sobreviviente y arquitecto en medio de su creación
de cristal y hierro. Es un creador sin gracia.
Dios… ¿dónde estabas?, cuestiona doliente la madre.
La respuesta sucede en una secuencia de imágenes
que evocan la violenta creación del mundo.
El árbol de la vida es solo cine,
pero el cine no es otra cosa que la vida.
El director es un pequeño dios.
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